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  • María Florencia Vazquez

El desafío de romper el molde

Todos nacemos con una esencia y un potencial únicos. Sin embargo también es cierto que necesitamos de otros para sobrevivir y ya desde chicos desarrollamos mecanismos para agradar y complacer a los demás (padres, familia, sociedad, amigos, pareja) en búsqueda de reconocimiento y aprobación.


Así es como nuestra esencia y potencial va cediendo terreno a las expectativas y mandatos ajenos, que luego se vuelven propios y configuran un molde con una particular forma de ser.

Algunas personas, transitan por la vida sin saber de la existencia de este molde y logran sentirse a gusto. Otras, sin embargo, no logran encajar nunca, sintiendo una pérdida de sentido que lleva muchas veces a una crisis existencial. Yo pertenezco a este segundo grupo de personas.

Desde muy chica experimenté la sensación de no encajar en mi propia vida, sentirme perdida, con falta de entusiasmo, incluso en los momentos donde lograba alcanzar aquello que se suponía "tenía que". Lo más desconcertante eran las alertas emocionales que aparecían en situaciones que yo creía haber elegido, con las cuales me había identificado durante gran parte de mi vida. Situaciones que luego entendí, no tenían valor real para mí pero si un altísimo costo energético y emocional.


Movida por la culpa que me generaban frases como “tenés todo para ser feliz, ¿cómo no vas a serlo?” o “¿vos sos psicóloga, cómo vas a estar mal?”, buscaba alivios temporales a la vez que me juzgaba como inconformista o incapaz de disfrutar.


El miedo a decepcionar a otros y a la imagen que yo creía tenían de mí, me hicieron permanecer en el mismo lugar por mucho tiempo, un tiempo donde en busca del amor y la aceptación de otros me desvié del amor más importante de todos: el amor hacia mí misma.


Tuve varios momentos de quiebre, pero hubo uno en el que decidí finalmente ponerme en primer lugar. Aferrada a la única certeza que tenía: quería un cambio, comenzó el desafío más grande de mi vida: re-conocerme debajo de capas y capas de condicionamiento. Tener el valor de volver a conocerme lejos ya de lo que "debería ser” sino aceptando lo que verdaderamente soy.


Fue un giro de 180 grados que me llevó entre otras cosas a vivir a Londres, casarme con el amor de mi vida y volver a reencontrarme con el dibujo y la escritura, dos pasiones que tenía desde muy chica. Sigue siendo un desafío permanente evitar caer en lugares con los cuales ya no me identifico pero sin duda, el mayor premio de todos fue sentirme cerca. Vale la pena intentarlo ¿no?



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